Elección judicial: ¿jueces imparciales o jueces de las mayorías?
Mónica Calles Miramontes
Publicado en revista "La voz de Jalisco", edición 8 de enero de 2025
Trasímaco, un sofista de la época de Sócrates, sostenía que la justicia sólo servía para imponer el interés del más fuerte.
Ese pensamiento tiene más de dos mil años y parece que para muchos es todavía el ideal de justicia. Sin embargo, Sócrates, aquel ateniense que disfrutaba del debate público y cuestionaba a todos sus conciudadanos, sostenía que la justicia es virtud y sabiduría.
Él mismo nos decía, a partir de esta idea de justicia, cómo debía ser la persona que tuviera el alto honor y gran responsabilidad de impartirla. Así, señaló cuatro características esenciales del buen juzgador: escuchar cortésmente, responder sabiamente, ponderar prudentemente y decidir imparcialmente.
Hoy en México cada vez nos alejamos más de estas virtudes en la impartición de justicia. Se ha cambiado la experiencia por un ocho de promedio en la licenciatura, los exámenes por cartas de amigos y los años de trayectoria por una tómbola.
Aun así, se dice que la fortaleza del Poder Judicial llegará con su “democratización” al elegir por voto popular a juzgadores; pero esto no es más que una quimera.
La justicia no es un asunto de “mayorías”, menos de cercanía a una corriente política; requiere de imparcialidad, autonomía, conocimientos y de la experiencia adquirida no solo por el cúmulo de años, sino por el conjunto de casos y vidas que se conocen día a día en cada expediente judicial.
En pocas palabras, las virtudes que requiere un buen juez no podrán obtenerse en las urnas. Los votos no otorgarán experiencia, conocimiento, ni garantizarán que llegue la persona más proba, por el contrario, se está poniendo en riesgo todo lo edificado.
Y sí, México necesita una justicia más cercana, más humana, una justicia que comprenda las distintas realidades del pueblo; pero esto jamás podrá materializarse con el sometimiento de quienes impartirán justicia.
Con la elección judicial, solo se concreta aquella idea que en la República debatían Trasímaco y Sócrates, un sistema implantado por el Estado para el beneficio del más fuerte. Y hoy quien circunstancialmente “es el más fuerte” adquiere una fuerza desmedida, lo que es un gran peligro porque ya no tendremos juzgadores que puedan limitarlo.
Indudablemente es un error creer que la elección de jueces por las mayorías hace infalible al sistema. Recordemos que las mayorías condenaron a Sócrates, un hombre justo, a morir por el único delito de pensar libremente; porque así ha sido en la historia la justicia de mayorías.