Desesperanza y abandono. El suplicio de enfermar en México
Mónica Calles Miramontes
Esa noche de julio hubo silencio; nadie pudo dormir. El silencio de la casa contrastaba con la intranquilidad que cada uno tenía en su cabeza. La cita en el hospital era muy temprano. Entre más se acercaba la hora, la ansiedad y el temor crecía más y más.
Llegaron puntuales, pero los minutos se volvieron horas. La espera fue larga y tormentosa.
Por fin, ingresaron al consultorio. El saludo con el médico fue cordial, aunque serio. No hubo rodeos, los temores más grandes fueron confirmados. Pedro debía recibir atención oncológica cuanto antes, no había tiempo que perder.
El doctor les explicó que tenía expectativas de recobrar su salud con un largo y especializado tratamiento. Pedro se sobrepuso con entereza y se sujetó fuertemente a la esperanza. ¡Quería vivir!
Ese fue su faro de luz. Se dijo a sí mismo que daría una gran batalla para recuperar su salud y vencer esa terrible enfermedad; seguiría al pie de la letra cada indicación médica y prometió a su familia que lucharía con determinación.
Sin embargo, necesitaba todavía más fortaleza de la que pensó, porque a su lucha contra la enfermedad se sumaría la lucha contra el poder, la lucha contra la ineficacia, la lucha contra el sistema, la lucha contra el gobierno. En un país de promesas fallidas, en un país de mentiras, en un país de demagogia. Porque en México estar enfermo de cáncer significa ser abandonado por el Estado.
Pasaron dos meses desde su diagnóstico. Le parecieron dos años. Acudió por décima vez a la clínica solo para que le negaran sus medicamentos nuevamente. En esta ocasión le pidieron regresar en noviembre. Ese tratamiento especializado, esperanza de la cura a su enfermedad, no le era proporcionado por el gobierno.
En una realidad paralela, el mismo día, en el Zócalo de Ciudad de México, el entonces presidente de la República pronunciaba su último informe de gobierno y frente a miles de mexicanos declaraba que “tenemos el mejor sistema de salud pública del mundo”.
Al unísono, miles de mexicanos aplaudieron que en nuestro país el sistema de salud pública es más eficiente que el de Dinamarca.
En contraste con los aplausos y a la arenga que se realizaba en el Zócalo, donde festejaban el sistema de salud que tiene México; el llanto, la tristeza, la preocupación y la angustia se vive día a día en los hospitales públicos del país. Miles de personas no tienen acceso a los medicamentos para tratar sus enfermedades. Nunca se nos dijo que en Dinamarca no había medicinas, ni equipo, ni estudios oportunos.
Pedro ha sido uno más de esos millones de mexicanos que día a día enfrenta una cruda y cruel realidad: no hay recursos, no hay medicinas, no hay quimioterapias.
Pasaron más de seis meses y su primera cita con el oncólogo no llegó. La enfermedad le siguió consumiendo sin que recibiera uno solo de sus medicamentos.
¡Qué difícil le ha sido tratar de cumplir la promesa que le hizo a su familia! ¡Qué duro luchar contra el cáncer en el desamparo, con un sistema de salud colapsado!
Cansado de lidiar con la indolencia del sistema de salud, el diez de febrero de este año, Pedro emprendió otra batalla, esta vez, en los tribunales federales. Sí, esos mismos tribunales de amparo que han sido duramente criticados. Esos que han sido señalados de corruptos, porque supuestamente protegen intereses de poderosos.
Pedro inició un juicio de amparo ante un juez de distrito y, el mismo día, ese juez le concedió la suspensión de plano, para que recibiera atención médica inmediata.
El juez federal explicó con mucha claridad que, negarle el acceso al servicio de salud y a los medicamentos que necesita, no solo ha lastimado su dignidad e integridad como ser humano; sino que equivale a un tormento prohibido por el artículo 22 de la Constitución; suplicio que ha sido perpetuado por el Estado.
En el juicio de amparo, el juez federal ordenó que, de manera urgente y gratuita, se le brinde a Pedro la atención médica adecuada, se le practiquen los estudios y le suministren medicamentos necesarios para atender el padecimiento que lo aqueja; otorgó veinticuatro horas a las instituciones de salud para que inicien con su tratamiento.
En México, la realidad es cruda y cruel cuando no hay recursos; cuando no hay tratamientos para atender una de las enfermedades más trágicas que puede padecer el ser humano: el cáncer.
Ha sido necesario que las personas a las que se les ha negado la atención sanitaria como medicamentos y quimioterapia acudan a los tribunales de amparo. Jueces federales han amparado y protegido a los pacientes para ordenar al gobierno federal que cumpla con una de sus obligaciones más básicas: brindar servicio de salud pública.
Los juicios de amparo para conseguir medicamentos, de dos mil dieciocho a la fecha, han ido en aumento; mientras que, iniciando este año, en diversos medios de comunicación hizo revuelo la noticia de que la desaparición del INSABI, absorbido por el IMSS-Bienestar, dejó al gobierno federal con un adeudo cercano a los 12,000 millones de pesos con la industria farmacéutica (El Economista, 15 de enero de 2025).
En los últimos años, el gobierno cambió nuestro sistema de salud por programas clientelares e implementaron ocurrencias inhumanas que han dejado a nuestro país en una crisis de salud.
Supongo que en Dinamarca no se necesitan tribunales que amparen a los enfermos para que puedan recibir el servicio de salud estatal; pero, en México sí.
Lo peor de todo es que el oficialismo también ha enfermado a la justicia.
Un crimen de Estado.